lunes, 19 de noviembre de 2012

Un poco de cordura a este todo de emoción


Y ahí estabas, la verdad es que no te esperaba. Nunca imaginé que pudiera asustarme al verte esperando en mi portal. Por un momento pensé que la esperabas a ella pero, al encontrarme mirando tus ojos, lo supe. Por una vez, era yo la razón de tus labios.
Me acerqué a la puerta casi sin pestañear, con el miedo encogiendo mis músculos y haciéndolos diminutos. El último paso fue el más difícil, iba a encontrarme cara a cara contigo, iba a estar frente a ti, con tus ojos clavados en mi persona y sabía que en algún momento te miraría.
Entonces me acerqué, tuve tanto miedo que por un instante pensé que me caería. Pronuncié tu nombre y al momento me asusté aún más, al hacerlo sin darme cuenta, por inercia. Expresaste la misma sorpresa al oír algo más que un suspiro de mis labios. Emitiste un vacío y simple hola, pero encontré en ese saludo más sentimiento que en los años que pasamos juntos.
Fue en ese momento cuando me percaté que no estabas solo y pude verte en compañía de aquel ramo de peonías, creí caer en el error de pensar que pudieran ser para mí, pero volviendo a la realidad, saqué las llaves del bolso.
Fueron los minutos más largos e incómodos que recuerdo. Había una parte de mí que deseaba besarte, y otra, la más realista, que quería empujarte, insultarte y tener esa conversación o discusión que deberíamos haber tenido hace tanto.
Me hablaste antes de que pudiera entrar en el portal, ni si quiera recuerdo lo que dijiste, solo recuerdo la sensación, estremecerme al oír ese tono tan peculiar, esa canción que he creído escuchar tantas veces entre mis llantos.
Me miraste, te miré y titubeé antes de hablar. Pero tomé fuerzas, no sé de donde las saqué, pero lo hice. Te pregunté a quién esperabas aun sabiendo la respuesta, aun queriendo saber la respuesta.
Y me contestaste con la misma evidencia: A ti.
Sentí como una tristeza incierta me invadía, una tristeza teñida de felicidad, de emociones encontradas. Fue lo más parecido a ver mis sueños desde la otra parte del espejo.
No sabía qué decir, me sentía torpe, como si no fuera dueña de mi cuerpo, de mis palabras, ni de mí misma. Mi cuerpo y mi alma se habían personalizado en una pintura egipcia, hierática, con la vista puesta en el infinito. Apenas era capaz de sostenerme en pie y me estaba dando cuenta de que incluso había dejado de respirar. Estaba poniendo nerviosa a mi acompañante, por un momento pensé que echaría a correr, pero se tomó mi postura con más gracia y sonrió.
Me eché a reír pareciendo una loca y paré de hacerlo tan de repente como había empezado.
Vi por tu parte el amago de entregarme las flores, pero me alejé, lo que tú interpretaste como un rechazo. Sentí como una lágrima recorría lentamente mis marcados pómulos. Te acercaste y  me entregaste las flores, haciéndome también entrega de aquello que creí que nunca fue para mí aunque siempre ansié tenerlo: tu corazón.
-Son para ti. –Dijiste antes de que nos entregáramos al error, a la locura. Y fueron las últimas palabras que parecieron tener sentido. No pudimos contener lo que sentíamos por más tiempo, aunque yo hubiera intentado enterrarte en el mundo de los sueños y tú hubieras rechazado mi existencia.
Y entramos así en una conversación sin sentido, absurda e insulsa. Una conversación que simulaba, que evidenciaba nuestro miedo a decirnos la verdad.
-Gracias. ¿Sabes? Son mis flores favoritas.
-¡Oh! ¡Vaya! Pues creo que he hecho bien entonces.
-Sí, la verdad es que son muy bonitas, y huelen muy bien. –Anuncié, oliendo por primera vez mi flor favorita.
-Me alegro de que te gusten. –Sonrió.
-Y yo de que estés aquí.
-De eso me alegro aún más.
Pero yo, errando como siempre, quise poner un poco de cordura.
-No deberías estar aquí. ¿Lo sabe ella?
-¿Vas a decirle a Gabriel que has aceptado unas flores mías? – Respondió con un poco de recochineo. Y la verdad es que ahí me pilló. No pude evitar reírme y el siguió mis pasos, hasta que nuestras carcajadas cesaron al unísono.
-¿Puedes decirme en serio que no has pensado en mí ni un solo segundo desde que terminamos con todo esto?
Dudé y de verdad que quise no hacerlo, y responderle que ya le tenía olvidado, que no me había despertado en mitad de mil noches susurrando su nombre.
Pero no pude evitar decir la verdad y agaché la cabeza intentando así sentirme menos culpable.
-No, no puedo decirte eso.

4 comentarios:

  1. aaaaaaaaaaaaah!!! que monooo en serio que lindo me encanta de verdad me encanta demasiado ijijijji... por cierto las peonías me gustan mucho :)

    ResponderEliminar