Parecías
frágil, tierna,
grácil,
delicada,
cuando
sacaste el bordado pañuelo
de tu
abrigo de bisón.
Una
mujer, un balcón
verde
como la esperanza
que
deposité en aquel día.
Te vi
andar en el salón
mientras
el gentío se giraba, expectante,
bajo
tus pies el suelo mismo
parecía
inclinarse, una y otra vez.
Te vi
bajar, amarrada a la barandilla,
para
ti tu única maroma,
tu
punto de apoyo;
descendías
suavemente,
sutilmente,
como
un cisne chapoteando en el claro,
donde,
en realidad todos somos
la
palabra clausura.
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