domingo, 28 de diciembre de 2014

POR UNA MARAVILLOSA VELADA

Temblaba de miedo, con las esperanzas por las nubes y el corazón contraído en forma de pasa. La inseguridad me invadía desde mis pequeños pies hasta mis delicadas manos, azoradas. No paraba de mirar el móvil, esperando un mensaje que me dijera que habías llegado. Y entonces apareciste, mi fiel caballero, desenvainando la espada, que son tus ojos; con paso firme caminaste hacia a mí, quemando y desvaneciendo mi pesar en un beso. Gracias –te dije-, y de nuevo, me sentí reconfortada. Necesitaba de las briznas de la luz que emanas, cálida y acogedora, contagiosa y velada.
La noche desgranaba mis tormentos, con cada voz, me sentía más llena de ilusión, feliz por el camino que había escogido y por el esfuerzo que me llevó a mi sino. Pero mi propio rumor empezó a languidecer cuando las horas estrujaban la tempranía de mi momento, de mi anhelado instante, mi segundo de estrellato, en el que creí morir con cada manecilla. Subí al escenario con la presión estrujándome los nervios y una sonrisa lacrada a medio dibujar en el rostro, escruté entre la multitud tus ojos azabache queriendo escuchar palabras de aprobación, que ya sentía en la inmediatez de tu piel marmórea. Aunque estabas lejos en la estancia, pude sentir tu pulso acompañando mis nervios y desbaratándolos con tu tierna sonrisa. Gracias –pensé-, y aunque no lo dije en alta voz supe que lo recibías con tu asentimiento.
Los aplausos saldaron las últimas brasas de angustia, intenté no llevarme la mano al brazo buscando un pellizco que me despertara del ensueño. Pero hice un breve amago por intentar resucitar. ¡Estaba allí, lo había conseguido! A pesar de sentirme pequeña entre la multitud, entre el océano de estrellas. Había subido al escenario, y como premio, había obtenido aplausos. 

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