Si tuviera que escribir una carta
para hoy, si tuviera que dejar mis últimas palabras en este papel, hoy irían
dedicadas a mi heroína. Ella es, la mujer que me dio la vida, mi madre.
Puedo estar orgullosa de haber
crecido en un seno familiar estructurado, en el que mis padres han sido
sinceros tanto el uno con el otro, como conmigo. Desde muy pequeña me enseñaron
e inculcaron valores que nunca he olvidado: la educación, el respeto hacia los
demás, sea cual sea su religión, sexo o nacionalidad; la sinceridad, la
responsabilidad, etc.
También me enseñaron el poder de
la palabra, que una lucha vale más cuando se tiene qué decir, que vale la pena
pelear por nuestros derechos. Mi madre desde joven acudió a todas las
manifestaciones que pudo por defender sus derechos, salió en primera plana en
los periódicos alzando pancartas, y aún, hoy en día, sigue secundando huelgas a riesgo de llegar holgados a fin de mes, sólo por defender lo que es nuestro
y de todos los españoles, nacidos o no en España. Mi padre, desde que tengo uso
de razón, ha defendido sus derechos como trabajador. No conozco una persona que
sepa tanto sobre leyes que defiendan a los trabajadores.
No se olvidaron de mostrarme la
realidad y, aunque a veces echo en cara su dureza, agradezco que sean ellos los
que me abran los ojos sobre la maldad del mundo, a pesar de que muchas veces se
me olvide escucharles.
En fin, quiero dedicar este
espacio a la persona que me tuvo nueve meses en su vientre, que se levantó para
darme el pecho, que me acurrucó en el seno de su piel tantas veces mientras
cantaba y tarareaba canciones de Mecano que aún suenan en mi cabeza. Esa
persona que cogía diariamente dos autobuses para ir al trabajo para que nunca
me faltara de nada, que se desquitó de sus gustos y aficiones para poder darme
los míos. Esa mujer que cuando yo era pequeña lamía y curaba mis heridas,
aguantando mis quejas; que después, me ayudó a quitar las astillas del corazón,
me enseñó a ponerle tiritas, a olvidar a las personas que me hacían mal y a
conservar a aquellas que merecían la pena.
Mi madre, una gran trabajadora.
Esa mujer que es capaz de hacer el trabajo de cuatro personas, de forma más
eficaz e incluso más rápida y llegar después a casa con una sonrisa, sin
quejarse de nada, aguantando mis problemas, los de mi padre, y como dice ella “recogiendo
toda la mierda que vais dejando por donde quiera que vais”.
Mi madre, una luchadora nata. Esa
mujer que superó una enfermedad cuando yo apenas rozaba los cuatro años, en
menos tiempo que nadie, sólo por ver a su pequeña. Esa mujer que, aún entubada
y casi sin poder hablar, le pedía por favor al médico que si mañana estaba un
poco mejor, le dejara verme. Esa a la que le dieron el alta antes y con tiempo,
sólo para poder volver a tenerme entre sus brazos.
Fue ese tiempo en el que recé de
verdad para que mi madre se recuperara. No os voy a engañar, no soy una gran
creyente, ni si quiera sé realmente en qué creo. Pero en ese momento, en ese
tiempo, recé cada noche para que se estuviera bien, para que volviera a casa. No voy a darle las gracias a
Dios, siento alegar que aún no estoy segura de su existencia. En cambio, voy a
darle las gracias a alguien tangible, alguien que me ha demostrado tener superpoderes,
mi madre. Porque sólo ella salió de esa, con su vitalidad, con su euforia, con
su fuerza, con sus ganas de vivir. Y sólo ella, años más tarde, hace unos
meses, ha sido capaz de recuperarse de otra gran caída.
Nadie le ha puesto las cosas
fáciles nunca. Sí, es verdad, tuvo una infancia muy feliz, rodeada de cariño,
de calor, de amor, de unos padres que hubieran dado cualquier cosa por ella, de
una hermana que, bueno… que aún la quiere como todo el mundo que conoce y sabe
cómo es mi madre, con locura. Y aunque su juventud, como ella recuerda y me
cuenta, fue la mejor etapa de su vida, también estuvo llena de altibajos. Pronto
su madre, mi abuela, enfermó. Si tengo que hablar de alguien que de verdad haya
querido a su madre, además de hablar de mí, tendré que hablar de la mía propia…
Apenas conocí a mi abuela, pero sé que tuvo que ser una mujer muy querida,
porque como mi madre habla de ella, jamás la he visto hablar de nadie.
Mi madre luchó por conseguir un
trabajo, se mató limpiando mientras las demás sólo movían la mierda de un lado
a otro, se sacó las oposiciones más tarde, y si está dónde está, y si la gente
de su trabajo, la valora, la quiere, la respeta, es porque ella se lo ha
ganado.
Mi madre vio morir a su madre
entre sus brazos. Fue un duro golpe para ella… Apenas puedo ni quiero imaginármelo.
Pues sé que algún día tendré que estar yo a ese lado y… lo más querido, lo más
bonito de mi existencia, una parte de mi yo más profundo, se irá con ella. Le
costó mucho recuperarse de ese duro golpe, pero siguió adelante, por mí, por mi
padre, y por todas aquellas personas que la necesitamos.
Ha sido juzgada por el amor que
le tenía a su madre. Pero nadie puede ni podrá decir jamás que mi madre no me
quiere. Ella no ha sido sólo mi madre, ha sido mi amiga, mi consejera, mi mayor
apoyo. Siempre que he tenido algún problema de cualquier tipo, o una duda
adolescente, he acudido a ella. Ella sabe todo de mí, mi primer novio, mi
primer beso, mi primera vez (de esto menos, claro está). Ella sabe cuándo estoy
loca por alguien antes que yo. Me conoce tanto que según entro por la puerta,
sabe cómo me ha ido el día. Tenemos un lenguaje que sólo entendemos nosotras,
no nos hace falta decir nada, sólo mirarnos, y ya sabemos lo que quiere decir
la otra.
Puede que mi madre no estudiara
una carrera, que no consiguiera su sueño de ser reportera de guerra o
periodista, o lo que fuera. Pero yo me siento más orgullosa de ella que de
nadie. Porque ella se esfuerza en todo lo que hace, su trabajo, su familia, sus
amigos. No creo que haya una persona en este mundo capaz de decir algo malo de
mi madre, que no sea desde la envida o el desconocimiento.
Ella es una persona con un enorme
corazón, capaz no sólo de perdonar cualquier cosa que la hagan, sino de
olvidarla. Aunque es muy cabezota y, a veces orgullosa, sabe dar su brazo a
torcer en el momento oportuno, sabe pedir perdón, aunque a veces su perdón sea
reírse contigo, darte un beso, un abrazo… Ella es una ganadora, pues es la única
que ha conseguido conquistar al mundo con su forma de ser, siempre de frente,
demostrando que puede con todo lo que se le venga encima y que nadie está por
encima de ella.
Ella, bueno, ella es MI MADRE, MI HEROÍNA.
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